
Lleva un chaleco de propaganda tan sucio como sus labios y se pasa la mañana con un perro de apenas unos meses. Dice que le duele el ojo cuando lo toca y si le preguntas si fue al médico asegura que sí. Que le dio comida. Agarra el bocata que le damos con las dos manos como si fuera a escapársele y no le importa demasiado que su hermano tenga otro. Se lo come sin mirar lo que hay dentro y sonríe. Ahora por fin sonríe. Pero se queda ahí, con un bocata, con un perro y con su chaleco ensuciado.