martes, 20 de enero de 2009

Viejofobia

Lo reconozco: padezco viejofobia. Con excepción de mi abuela, claro, que no es vieja sino mi abuela. Quizá deberia hacer una excepción mayor, porque la viejofobia sólo me ha surgido en la ciudad en la que vivo actualmente. No diré nombres para no herir sensibilidades, pero debería hacerlo, porque me han dicho que en esta ciudad los viejos se están apoderando de las calles y siembran el pánico entre los jóvenes más modernos.
Pegan patadas a nuestras bicis cuando circulamos por la acera mientras cruzan, a pasos de enano, por en medio de la carretera. Gritan si un coche hace sonar su claxon porque no esperaron a que el hombrecito verde se pusiera a caminar. Llaman ruido a nuestra música, “marranadas” a nuetras comida, delincuentes a nuestros amigos. Fruncen el ceño cuando denominan “facilidades” al paro en el que nos encontramos y se quejan de que podemos viajar como ellos no lo hicieron. Se mofan de que idealicemos el pasado, de que tengamos principios, de que no los tengamos.
Es un hecho: nos odian. Y no es un consuelo que vayan a morirse antes porque cuando lo hagan, nosotros seremos como ellos.

jueves, 17 de abril de 2008

La lisensiada


Qué negrura en sus ojos, en su cabello, en su mirada. Así nos lo pareció al menos al principio, cuando “lisensiada Silvina” nos parecía que lo pronunciaban con maldad. Pero nos fue ganando poco a poco, como el día del robo, cuando salió a la escalera mientras los policías buscaban huellas de todos los invitados a nuestra fiesta y ella no paraba de repetir que algún desalmado habría entrado porque la puerta se quedaba abierta. La lisensiada.

Hacía un crucigrama con nuestros nombres y a cada uno le llamaba por el del otro. Nos bañaba de risas cada vez que asomaba su cabeza por el hueco de la escalera para ver si era su hijo el que regresaba borracho. “Si se oye a alguien dando tumbos, es él”. Se reía de la muerte con tanta fuerza que casi daba miedo, como cuando nos hablaba del “muerto” por su ex marido y bromeaba con sus hijos, que no querían ir a vivir a casa del muerto. “Pero si la casa es más grande, Silvina, y está a dos cuadras”, le decíamos. “Y a mí qué. Éste es mi barrio, mi esquina, mi restaurante”, nos contestaba, como si dos calles más abajo no fuera el mismo lugar.

Y nos invitaba a comer, o a café en su “restaurante”. Silvina. Licenciada, cocinera, madre, vecina, familia. Y así nos lo dijo cuando nos fuimos “los españoles”. “Ay, pero si están mal ya se regresen. Acá por lo menos tienen una familia”.

martes, 18 de marzo de 2008

Azules-violeta




Se entorpecen, se hieren, se enredan entre ellas, se calientan y se enfrían, se esconden, se miran, se entristecen. A veces, se tapan la una en la otra y se acarician, y aunque parece que tienen heridas, no es cierto. Se castigan. Se tocan, se meten en sus guaridas, se acurrucan, se embrutecen. Yo digo que son un poco violetas, pero no tengo muy claro por qué. Se extrañan.

miércoles, 5 de marzo de 2008

Escribe siempre en papeles pequeños que siempre guarda en cajones y carpetas. Cada ciclo de seis meses, más desorganizadas. No quiere, admira. No sufre, sangra. Escucha obsesivamente canciones y llora, por etapas, cada vez más. Se empeña en clasificar todo lo que odia. Los muertos, los cobardes, los intolerantes como ella. No quiere, adora. No busca, pierde. Se dice a sí misma que es incapaz de soportar muchas cosas, pero las soporta. Las grandes injusticias del mundo, las que son más pequeñas, o que ni si quiera lo son pero acaban en una persona despedida sin motivos y mantienen una política explotadora, la violencia... Así es, mezcla todo y todo le hace llorar. Pero por ahora está empezando. Por ahora, sabe lo que no quiere. Y sabe también que tiene derecho a querer dentro de unos años todo lo que detesta ahora.

¿A qué no te habían hecho nunca tantas fotos?

Tiene la piel tan morena que le dicen "el negro" o "el angolano". Lleva siempre un sombrero de paja al que ya le arrancó los adornos y una cerveza en la mano la mayor parte del día. Duerme, cuando puede, en una casa en obras, que está junto al hotel María Sabina, pero a veces los obreros se lo impiden. Otras, con las cervezas en su estómago como única comida, se queda dormido aunque el ruido sea infernal y el calor entre por todas las puertas. Cuando está contento, grita "chamaca!" cada vez que te ve y se queda sentado a tu lado fumando un cigarro que por supuesto tú le has conseguido.

Sin embargo, últimamente, desde que agarraron al triler y se lo llevaron a la cárcel por timar a unos turistas, anda un poco cabizbajo. Ya no grita "chamaca!" si no le llamas tú primero, ni te pregunta si tienes habitaciones libres para conseguirte gente y llevarse una comisión. Cuando le preguntas, dice que está cansado. Sus huesos ya se acostumbraron a la dureza del suelo, pero aún no ha conseguido curarse la herida del dedo. Dice que se le levantó la postilla "chambeando", pero cuando voy a colocarle una tirita veo que aquello no es una postilla sino carne desgarrada. Es mágico, con la herida tapada dice que ya no le duele, pero acepta el café que le llevo y su color es más blanco.

Me roba todas las mañanas el libro hasta que le grito "chamaco!" Y menea la cabeza de un lado a otro mientras se acerca a devolvérmelo

martes, 19 de febrero de 2008

Igual de estúpidos pero con diploma


De nuevo la chanson du dimanche, porque siguen siendo muy genios. Atención a esa parte en que se preguntan cosas uno a otro y le dice: -Pregunta de "Futuro": ¿Para cuándo Sarkozy presidente de Estados Unidos?

Qué razón tienen: aussi con mais diplômé. Hay que ser como Fidel, joder, y pasar de todo y hacer un discurso de despedida como éste.

viernes, 15 de febrero de 2008

La vida era una carpa de música y disfraz

Ya sé que fue hace mucho, bueno, no tanto, parece que fue ayer. Subidas al palco del gober, disfrutando como nunca. Cuando la vida era una carpa constante de cerveza Sol y caminabas bailando. Qué bonito este vídeo, Miguel, para recordarlo siempre.



Para que veas, Conchi, que ya sé que está por ahí siempre. Sin disfraces.